Muchas veces en la vida tenemos que responder a las cosas que vemos en la vida, y no siempre tenemos la palabra adecuada. Somos profetas de este tiempo, y la palabra de Dios nos puede iluminar sobre qué tipo de profeta soy.
Homilía del 15º domingo del tiempo ordinario
Lecturas
Amos 7, 12 – 15
Sal. 84
Ef. 1, 3 – 14
Mc. 6, 7 – 13
La semana pasada hablábamos de vocación profética en las lecturas; este fin de semana las lecturas nos confirman esa misma línea, y nos invitan a reconocer esa vocación profética a la que somos llamados. Un punto alto en las lecturas es el hecho de reconocer una misión que no es nuestra, sino un encargo que cumplir.
La primera lectura, tomada del profeta Amós, nos habla de su vocación, de cómo el sacerdote del templo de Betel (Amasías), en donde Dios le ha enviado a profetizar, lo echa desde el reino de Israel, para que se vuelva a Judá (su tierra). En el reino de Israel, la corrupción estaba casi institucionalizada, y por eso Dios envía a este profeta, que no es de familia profética, y que por lo mismo, no tiene nada que perder en decir la verdad. En Israel, encuentra incomprensión y desaprobación frente a su ministerio de anuncio y denuncia. En ese contexto, el texto de hoy, en donde leemos como claramente el sacerdote Amasías lo echa del santuario, diciéndole que “ese es un santuario del rey, un templo del reino”… A ese nivel la corrupción, o sea, si quiere ser profeta, debe decir lo que el rey quiere escuchar, lo que la gente del reino quiere oír. Como Amós no es profeta que se venda, le aclara que su vocación no es de “profeta”, sino que era pastor de un rebaño. Eso lo deja libre del “sistema” y logra ver las cosas desde Dios, como debe hacerlo un profeta.
La segunda lectura de Pablo a los Efesios, tiene como norte el alabar a Dios por Cristo, en quien nosotros hemos recibido toda clase bienes espirituales y celestiales. En Él hemos sido escogidos para ser santos ante Dios. Ese don de Dios es lo que quiere compartir con cada uno de nosotros.
El Evangelio de Marcos quiere mostrarnos el ministerio que Jesús les encomienda a los discípulos; es un texto lleno de significado. Anteriormente, el Señor ha sido rechazado por los suyos (“Un profeta solo es despreciado en su familia…”). La semana pasada, veíamos como el rechazo se hacía evidente en su propio pueblo; hoy vemos como Jesús envía a los suyos a anunciar la salvación a todos. El anuncio principal es a la conversión, que vendrá acompañada de gestos de misericordia; y la forma principal es ir desprovisto de todo tipo de seguridades. Ese es el modo de anunciar el reino a quienes quieran escuchar el mensaje de salvación del Reino de Dios.
Aprendizaje de la Palabra:
- Libertad frente a los hombres para hablar de Dios: La impactante primera lectura, debe hacernos caer en cuenta que por nuestra vocación profética, ninguno de nosotros se debe al mundo, que no quiere escuchar hablar de Dios. Ya la semana pasada definíamos algunos rasgos proféticos, como el hablar de parte de Dios, el denunciar las cosas injustas a los ojos de Dios, el hablar siempre en nombre de Dios, y no el propio… esas cosas quedan más que claras en el texto de Amós este fin de semana. Nosotros debemos aprender de la respuesta de Amós, y librarnos del “que dirán si…” que nos paraliza y nos hace hablar otras cosas, que no siempre son de Dios. En la libertad de hijos de Dios, nosotros tenemos una vocación increíble y llena de aventuras junto al Señor. ¿En donde soy profeta? Nos preguntábamos la semana pasada; hoy debo preguntarme ¿Qué es lo que hablo como profeta?, ¿qué actitudes tengo de profeta? Libertad frente a los hombres, y dependencia de Dios son las claves para respondernos a estas preguntas.
- Acogida personal del mensaje de salvación: Hay algo que salta a la vista claramente en las lecturas este fin de semana, y es la acogida del mensaje del Señor. Pablo habla de pura gratuidad de parte de Dios Padre; Jesús habla en el Evangelio de ir a anunciar a quien quiera acoger el mensaje de salvación. Esta es una de las premisas en las lecturas: la gratuidad en aceptar la salvación de Dios.
Pidamos este fin de semana poder avanzar como profetas del Señor en su difusión del plan de salvación y tener la humildad de aceptar su salvación en nuestra historia. Amén.
Lecturas
Amos 7, 12 – 15
Sal. 84
Ef. 1, 3 – 14
Mc. 6, 7 – 13
La semana pasada hablábamos de vocación profética en las lecturas; este fin de semana las lecturas nos confirman esa misma línea, y nos invitan a reconocer esa vocación profética a la que somos llamados. Un punto alto en las lecturas es el hecho de reconocer una misión que no es nuestra, sino un encargo que cumplir.
La primera lectura, tomada del profeta Amós, nos habla de su vocación, de cómo el sacerdote del templo de Betel (Amasías), en donde Dios le ha enviado a profetizar, lo echa desde el reino de Israel, para que se vuelva a Judá (su tierra). En el reino de Israel, la corrupción estaba casi institucionalizada, y por eso Dios envía a este profeta, que no es de familia profética, y que por lo mismo, no tiene nada que perder en decir la verdad. En Israel, encuentra incomprensión y desaprobación frente a su ministerio de anuncio y denuncia. En ese contexto, el texto de hoy, en donde leemos como claramente el sacerdote Amasías lo echa del santuario, diciéndole que “ese es un santuario del rey, un templo del reino”… A ese nivel la corrupción, o sea, si quiere ser profeta, debe decir lo que el rey quiere escuchar, lo que la gente del reino quiere oír. Como Amós no es profeta que se venda, le aclara que su vocación no es de “profeta”, sino que era pastor de un rebaño. Eso lo deja libre del “sistema” y logra ver las cosas desde Dios, como debe hacerlo un profeta.
La segunda lectura de Pablo a los Efesios, tiene como norte el alabar a Dios por Cristo, en quien nosotros hemos recibido toda clase bienes espirituales y celestiales. En Él hemos sido escogidos para ser santos ante Dios. Ese don de Dios es lo que quiere compartir con cada uno de nosotros.
El Evangelio de Marcos quiere mostrarnos el ministerio que Jesús les encomienda a los discípulos; es un texto lleno de significado. Anteriormente, el Señor ha sido rechazado por los suyos (“Un profeta solo es despreciado en su familia…”). La semana pasada, veíamos como el rechazo se hacía evidente en su propio pueblo; hoy vemos como Jesús envía a los suyos a anunciar la salvación a todos. El anuncio principal es a la conversión, que vendrá acompañada de gestos de misericordia; y la forma principal es ir desprovisto de todo tipo de seguridades. Ese es el modo de anunciar el reino a quienes quieran escuchar el mensaje de salvación del Reino de Dios.
Aprendizaje de la Palabra:
- Libertad frente a los hombres para hablar de Dios: La impactante primera lectura, debe hacernos caer en cuenta que por nuestra vocación profética, ninguno de nosotros se debe al mundo, que no quiere escuchar hablar de Dios. Ya la semana pasada definíamos algunos rasgos proféticos, como el hablar de parte de Dios, el denunciar las cosas injustas a los ojos de Dios, el hablar siempre en nombre de Dios, y no el propio… esas cosas quedan más que claras en el texto de Amós este fin de semana. Nosotros debemos aprender de la respuesta de Amós, y librarnos del “que dirán si…” que nos paraliza y nos hace hablar otras cosas, que no siempre son de Dios. En la libertad de hijos de Dios, nosotros tenemos una vocación increíble y llena de aventuras junto al Señor. ¿En donde soy profeta? Nos preguntábamos la semana pasada; hoy debo preguntarme ¿Qué es lo que hablo como profeta?, ¿qué actitudes tengo de profeta? Libertad frente a los hombres, y dependencia de Dios son las claves para respondernos a estas preguntas.
- Acogida personal del mensaje de salvación: Hay algo que salta a la vista claramente en las lecturas este fin de semana, y es la acogida del mensaje del Señor. Pablo habla de pura gratuidad de parte de Dios Padre; Jesús habla en el Evangelio de ir a anunciar a quien quiera acoger el mensaje de salvación. Esta es una de las premisas en las lecturas: la gratuidad en aceptar la salvación de Dios.
Pidamos este fin de semana poder avanzar como profetas del Señor en su difusión del plan de salvación y tener la humildad de aceptar su salvación en nuestra historia. Amén.
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